Como cualquier plato que queramos llevar a la mesa, necesita su proceso de selección de ingredientes, preparación, elaboración y degustación. Carlos Morante (@carlosmorante) profesor del Colegio San Diego y San Vicente (Madrid) conoce bien estos pasos y también la puesta en marcha de un proyecto con mucho sabor llamado Harinatura, la unión de mezclar cocina y literatura. El proyecto surge del «del día a día» en el aula, de la misma convivencia y relación con los alumnos, hasta dar con idea clave “la conclusión de que a muchos niños les gusta cocinar, y que en ocasiones ayudan a sus padres, madres (o a algún otro familiar) a preparar postres”, cuenta Carlos.

Definido el plato que se va a preparar, lo siguiente es preguntarse por los ingredientes, -“en este momento me pregunto ¿cómo incluyo esa faceta -que pasa desapercibida- en el aula? Durante el brainstorming me acuerdo de que un antiguo alumno del colegio (Rubén Urdiales «Urdi») es maestro repostero del restaurante que Karlos Arguiñano tiene en Zarautz, así que decido llamarle para contarle que a muchos de mis alumnos les gusta cocinar y que podríamos elaborar postres para estudiar literatura. También se lo comento a un profesor que está temporalmente supliendo una baja (Benjamín Pradillo) y participa en el proyecto elaborando los guiones de los vídeos”- relata Carlos. Y así, poco a poco se configura este proyecto y del que surgen ideas como el «Haritraductor», una tabla en la que figuran unos ingredientes comunes -que se pueden usar en repostería- asociados con los cincos sentidos (vista, olfato, taco, gusto y oído). De esta forma las posibilidades de transportar una idea o concepto académico sobre un postre son casi ilimitadas.

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El proyecto está dividido en «retos», es decir, pruebas que cubren distintos contenidos o estándares de aprendizaje. Consisten principalmente en la compresión y visión crítica de épocas, autores y obras literarias. Cada reto propone un planteamiento diferente, por ejemplo existen retos de elaboración de postres y otros retos donde se debe trabajar solamente con «chuches». Cada reto está pensado para que se desarrolle de 5 a 7 días, dependiendo de lo que se pide en cada uno.

Cada reto consta principalmente de:

  1. Experiencia «Flipped Classroom», es decir, visualización del vídeo fuera del aula.
  2. Elaboración de un esquema para su posterior comprensión y memorización.
  3. Superación de una prueba escrita a modo de examen, imprescindible para la continuación del alumno en el reto.
  4. Elaboración de un mapa conceptual o visual thinking donde cada grupo debe plasmar las ideas comprendidas en elementos del plato (aquí deben utilizar el «Haritraductor»).
  5. Elaboración de un guion escrito donde el grupo debe plasmar esas ideas de forma ordenada.
  6. Elaboración del plato en el aula con los ingredientes necesarios.
  7. Elaboración de un documento en Thinglink donde deben explicar el proceso, las ideas principales aprendidas, la ayuda familiar, la receta, etc.

Experiencias de aprendizaje que hace al alumno trabajar directamente con la masa. “El alumno aprende a trabajar en equipo; a organizarse mediante documentos de reunión y de colaboración familiar; a desarrollar la creatividad a la hora de traducir ideas en elementos culnarios; a tener una visión general y crítica de los principales movimientos, etapas, escritores y obras literarias; a saber redactar de forma ordenada y cohesionada, cuidando la sintaxis y la ortografía; a utilizar herramientas de colaboración digitales mediante programas en la web o en dispositivos móviles; a incluir en su proceso de aprendizaje a sus padres y familiares; etc.”, comenta Carlos.

En todo este proceso de aprendizaje los estudiantes recogen en un portfolio sus evidencias de aprendizaje, “pretende ser tanto analógico (hojas de reto, documentos de progreso, visual thinking…) como digital (lienzo aumentado con Thinglink, vídeo descriptivo del postre o del proceso)” .

La evaluación de los alumnos se hace de forma visual directa durante todo el proceso de trabajo, como mediante la presentación de la prueba escrita memorística, hasta la elaboración del paisaje digital como el vídeo. La parte creativa de «traducción» es también una parte importantísima, así como la fase de pensamiento crítico donde deben ser conscientes de la importancia de la información literaria con la que trabajan.

Para Carlos Morante, «la idea de unir cocina y literatura ha sido todo un acierto. Con este proyecto se me abren infinitas posibilidades en la creación de métodos y formas de aprendizaje de los alumnos. Anoto los errores y las mejoras cada año y voy afinando procesos y tiempos. Ellos están encantados de aprender literatura cocinando, y sus familias también. Ni que decir tiene que todo el potencial multicultural de los alumnos enriquece la experiencia culinaria hasta límites insospechados. La cocina une pareceres, paladares, pensamientos y procesos creativos… ¡qué más se puede pedir…».